Todo comenzó con un sueño. Una inquietud. Un día, por el lejano 2002, un estudiante de Valdivia dio la señal de alarma acerca de pequeños propietarios forestales que se morían de hambre por un limitado plan de manejo, que les restringía la cantidad de árboles a cosechar para leña, dejándole magros ingresos. Esta inquietud hizo eco dentro de mi, recordando a mis profesoras de 2º a 4º básico en el colegio Calasanz, que hablaban de la exportación de cobre a bajo precio... y una importación de cosas hechas de cobre a alto precio, lo que en esa época era algo que no me cabía en mi pragmática cabecita. Para aumentar la sopa, la opinión negativa que se tiene de los ingenieros forestales, conocidos como “arrasadores del bosque”, me hizo orientar mi brújula a un camino de desarrollo de los más pobres, cuidando del medio ambiente y haciendo conocido al país por su industria artesanal.
Es por eso que mi idea es diseñar un plan, a modo de manual, para poder cambiar de actividad, agregándole valor a toda aquella materia prima leñosa, para que los ingresos alcancen al “muy de moda” salario ético.
Para poder titularme luego, invité a este sueño a mi amiga Ely, quien accedió gustosa a participar para titularse rápido también.